La guerra entre Rusia y Ucrania y la amenaza del terrorismo yihadista
La matanza en la sala de conciertos de Moscú constata toda la fuerza de los terroristas yihadista en el mundo y evidencia cómo la guerra ampara su expansión y dificulta su erradicación.
El ataque terrorista contra el centro de ocio moscovita Crocus City Hall, que se saldó con al menos 137 víctimas mortales, evidencia una amenaza internacional persistente contra la que no valen ni guerras, como la lanzada por Israel en Gaza, ni la mengua de recursos de la lucha antiterrorista a favor del gasto militar, como el desatado por Occidente y Rusia en torno a la invasión de Ucrania.
Mientras Ucrania y Rusia se han acusado mutuamente de ser estados terroristas durante estos dos años de contienda, tras la invasión del 24 de febrero de 2022, el auténtico terrorismo ha ido acumulando fuerza y conexiones hasta manifestarse con toda su violencia en este ataque de Moscú, el más mortífero cometido en suelo europeo desde los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid.
Sean cuales sean las razones finales tras el atentado cometido el sábado pasado en la capital rusa, esta acción muestra que el terrorismo islamista sigue siendo una amenaza de primer orden para la seguridad internacional y europea en particular. Sin embargo, la militarización y la carrera de armamentos derivados de la crisis de Ucrania están acaparando buena parte de los recursos dedicados a la lucha antiterrorista y esto ha disparado la vulnerabilidad en el viejo continente.
Rusia empeñada en instrumentalizar el ataque
Aunque el Kremlin siga mostrando su dedo acusador en dirección hacia Ucrania, la única reivindicación del atentado del Crocus City Hall es la que ha realizado una rama del yihadista Estado Islámico. Este grupo salafista global no solo no desapareció de la faz del planeta tras su derrota en Siria a fines de la década pasada, sino que en los últimos años se ha estado reforzando precisamente en el patio trasero de Rusia, en Afganistán, Pakistán y el Asia Central ex soviética.